por Carlos J. Aldazábal
La memoria doblada en el ropero puede extraviarse. Es común que se pierda, que se ponga traslúcida, que pase frente a nuestras narices sin que el olfato funcione.
En esos momentos solemos parecer despistados: queremos atarnos los zapatos, y un tropezón nos lleva al suelo, queremos encender un cigarrillo y la nariz se nos quema, queremos pelar una papa, y es nuestro dedo el que se lleva el lastimado.
La culpa es del ropero, porque ahí la memoria se pone divertida, y le da por esconderse en su forma traslúcida, para vernos de lejos.
En estos casos graves, cuando la memoria nos lleva demasiados tropiezos, demasiadas curitas, demasiados incendios, lo mejor es usar las lágrimas de lupa. El método es sencillo: restregarnos los ojos hasta que al fin se pongan colorados, con ganas de llorar sin que se entienda, hasta nublar la vista. Esa es la señal para abrir el ropero, con la lupa bien puesta. Y ahí aparece: un pañuelo bordado con un poco de verde, pero blanco en el todo de la forma. La memoria extraviada, traslúcida, invisible, ahora transformada en un pañuelo que nos limpia los ojos para mirar de frente, sin que nos duela tanto lo perdido.
Algo de lo que se puede escuchar